lunes, 12 de marzo de 2012

219. “Cabesita de Ajo”.

Tras la presentación del otro día, en que nos referíamos a esos ubicuos y excéntricos personajes existentes en cualquier ciudad o villorrio que se precie, iniciamos hoy la galería de chirenes bilbaínos que ha seleccionado Juan Medrano para todos nosotros, con especial afecto para todos ellos en el recuerdo.

Uno de los dramas de la enfermedad mental es el rechazo que sufren las personas afectadas, el olvido y el apartamiento activo al que el resto de la población somete a quienes padecen una patología que en sí misma entraña limitaciones para el desempeño en la vida social. Este rechazo se plasma en el llamado estigma, que implica una victimización secundaria de los enfermos mentales y sobre cuyo efecto dañino existe afortunadamente una creciente concienciación entre los profesionales de la Salud Mental. Fruto de este compromiso son dos recientes posicionamientos contra el estigma. Uno de ellos es una toma de posición de la Canadian Psychiatric Association y el otro es un documento conjunto de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP), la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB) y la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental (FEPSM), que fue presentado en el marco del XV Congreso Nacional de Psiquiatría en Oviedo y que por este motivo se ha dado en llamar “Manifiesto de Oviedo”.

Sin embargo, el enfermo mental, el clásico “loco” no siempre ha sido un individuo enteramente marginado, sino que en determinados contextos y lugares ha llegado a ocupar una posición de cierto valor social. Lo mismo puede decirse de las personas con discapacidad intelectual. El “loco” (o en su caso el “tonto”), es así un personaje popular, querido, alguien que es imprescindible en el pueblo o en la ciudad donde vive, una pieza indispensable en el colectivo social, ese “mobiliario humano” que poblamos las aglomeraciones y colectividades humanas. El “loco”, o el “tonto”, se convierte en alguien sin el cual la ciudad o el pueblo no está completo, en un elemento necesario para que la pequeña sociedad del lugar se sienta íntegra, completa, y al ocupar esta posición su existencia se dignifica enormemente.

Un ejemplo de esta integración positiva desde la condición y el rol de “loco” o de “tonto” lo ofrece la ciudad más prodigiosa del Universo, es decir, y como todo el mundo sabe, la villa de Bilbao. En el peculiar vocabulario bilbaíno, se denomina chirene (o txirene, según los gustos) al bilbaino ocurrente, chistoso, bromista y excéntrico, al propiamente bilbaino, para que nos entendamos, que presume de su origen, exhibe un temperamento fanfarrón y perdonavidas y está encantado de haberse conocido y de vivir en la ciudad más prodigiosa del Universo, a la que precisamente por ello otorga magnificencia y brillantez. Bilbao no sería lo que es sin los bilbainos, desde luego, sin esos txirenes que con sus faroladas y grandezas dejan sello allá por donde vayan. Y de hecho, la pequeña gran historia de Bilbao está repleta de txirenes famosos que en su momento fueron auténticos personajes sociales en la villa.

Entre ellos figuran no pocas personas que encontrarían un acomodo en el DSM incluso con más facilidad que el resto de los humanos; tener un diagnóstico DSM, todo hay que decirlo, cada vez cuesta menos, y con movimientos como la inclusión del duelo en su catálogo la APA va a conseguir, por fin, no ya que toda la población sea potencialmente usuaria de los servicios psiquiátricos, que lo es ya hace mucho, sino que cualquier ciudadano pueda tener a lo largo de su vida un promedio de diagnósticos que supere holgadamente los 3 o 4. Y los txirenes más fáciles de ubicar en el DSM lo eran porque realmente se trataba de personas con enfermedad mental o discapacidad intelectual. Y eran txirenes porque no solo eran aceptados en la villa, sino porque eran apreciados por sus conciudadanos (o convillanos, habría tal vez que decir).

Uno de los más afamados fue Francisco Usabel, llamado también Patxico o sobre todo Cabesita de Ajo, que era el apodo por el que se le conocía en todo Bilbao en la segunda mitad del XIX y rimeros años del siglo XX. De él se apostillaba “que llegó a este planeta, cansado antes de conocer la herramienta”, lo que da idea de la, digamos, escasa inclinación que tenía por el trabajo en cualquiera de sus ricas variedades. Cabesita de Ajo era una persona con microcefalia y discapacidad intelectual. Más que corpulento, su obstinación y el desapego que sentía por el trabajo le convirtieron en su adolescencia y juventud en un individuo de difícil manejo, que tras diversas vicisitudes terminó viviendo en la Casa de Misericordia, el arraigado asilo municipal, también conocido como asilo de San Mamés, donde realizaba pequeñas tareas como cuidar al cerdo que se sorteaba anualmente para mantener económicamente a la institución.

Cabesita de Ajo.

La Casa de la Misericordia.

La Casa de Misericordia y sus vecinos: San Mamés y la Ría con el antiguo astillero de Euskalduna. Quintaesencia bilbaina.


La Misericordia tenía la exclusiva de los servicios fúnebres de Bilbao. Los niños recogidos en el asilo participaban en las honras fúnebres vestidos con trajes negros con esclavinas, gorrito redondo, pantalones a la "remanguillé" y gruesas botas. En su momento Cabesita de Ajo empezó a sumarse a los cortejos, lo que complementó su hasta entonces única habilidad conocida, que era la imitación del Kikiriki-Kikiriki del gallo.

Los niños de la Misericordia.

Cabesita de Ajo con los niños del asilo de la Misericordia.


Era Cabesita de Ajo un gran comedor, bebedor y fumador, y hábil sablista, cuando llegaba el caso, para sufragar estas actividades orales. Vivió durante décadas en La Misericordia, hasta fallecer el 21 de abril de 1917, a la avanzada edad de ochenta y siete años. De él se dijo, a su fallecimiento, que "Murió sin que le pudieran hacer trabajar, nunca tomó una lavativa, ni le picaron las pulgas".

Cabesita de Ajo en su vejez.
J.M.


Y ahora, antes de acabar, aunque sea abusando de mi autoridad editorial, una pequeña aclaración para el común de los mortales quizás desconocedor de las razones que llevaron a convivir a unos inocentes niños, con también otro “inocente”, si bien de mucho mayor tamaño.

Ya desde los inicios de las instituciones asilares para los enfermos mentales, estos convivieron con otras personas con discapacidad intelectual, muchas veces institucionalizadas desde temprana edad. Así fue ya para el primer hospital para “ignoscents, folls e orats” fundado en 1909 por el Padre Jofré en Valencia. “Inocentes” condenados muchas veces a vagar por las calles en riesgo de ser abusados por chiquillos y transeúntes, tal y como vimos en la entrada titulada “mofándose de los inocentes”.

Más adelante, también fue habitual, que la beneficencia de municipalidades más o menos pequeñas construyera otro tipo de asilos especialmente dirigido a garantizar el cuidado de otras personas en situación de fragilidad o dependencia, como eran los huérfanos y ancianos desprotegidos, entre los que no pocas veces convivieron personas con discapacidades más o menos importantes, incluida la enfermedad mental. Fue el caso de Vitoria-Gasteiz, igualmente acogedora con nuestro querido Juan a pesar del testarudo bilbainismo del que hace gala, que en 1907 inauguró “Las Nieves”. Masivo Asilo para tres grupos diferentes de población que únicamente tenían en común el desamparo y marginación social: a) adultos, ancianos e impedidos pobres; b) huérfanos y expósitos; y c) enfermos mentales o alienados. De sus primeros años de funcionamiento rescato la siguiente psiquifoto, como testimonio de la estrecha convivencia de rangos de edad tan disímiles como los observables en la imagen.



No es de extrañar entonces habernos encontrado a un adulto Cabesita de Ajo entre los chiquillos de la Misericordia, siendo de suponer que, en instituciones más pequeñas, la institucionalización conjunta de diferentes grupos de edad y “diagnósticos” tuvo que ser aún más estrecha.

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La serie completa relacionada con los chirenes:

218. De chirenes y vagabundos.
219. “Cabesita de Ajo”.
220. Chirenes clásicos de Bilbao.
222. La loca de Arrikibar.
223. Txomin.
227. A., el clochard del Sagrado Corazón.
228. Madriles.
230. Una “bag lady” chirene.
268. Psiquiatría comunitaria prístina: La vendedora de responsos.

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BIBLIOGRAFIA.

Estornés C. Cabecita de Ajo y la Santa Casa de la Misericordia de Bilbao. Accesible aquí.



Las Nieves. 1907-2007. Diputación Foral de Álava. 2007.







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1 comentario:

Unknown dijo...

La Santa y Real Casa de ( no la) Misericordia nunca ha sido municipal.
Su historia lo demuestra